¿Eres un charlatán?
¿Conoces a alguien que habla demasiado? Seguro que te viene a la cabeza algún conocido o compañero que hace que quieras ir en dirección contraria en cuanto lo ves venir. Tal vez te venga a la mente el tío o la tía que empieza preguntando cómo estás, pero que, sin darte siquiera la oportunidad de responder, se lanza a contar los tediosos detalles de la intervención médica a la que se sometió hace seis meses. La persona en la que estás pensando puede ser una urraca dulce, amable y bienintencionada. O puede ser un charlatán extrovertido -siempre contando chistes y lleno de chismes-.
Adivina qué. ¡La persona en la que estás pensando eres tú! Para irritación y consternación de quienes nos rodean, TODOS hablamos demasiado a veces. Ya sea que nuestra cháchara sea necesitada o ruidosa, cuando empezamos a compartir en exceso, nos volvemos tolerables sólo en pequeñas dosis. Dejamos a la persona con la que parloteamos preguntándose por qué seguimos divagando mucho después de que haya perdido el interés.
En las ocasiones en las que hablamos demasiado, nos perdemos el generoso flujo de pistas verbales y no verbales que nos da nuestro público desinteresado. Pasamos por alto los brazos cruzados, las caras pétreas, los ojos extrañados y los comentarios vagos de los aburridos. No nos damos cuenta de que las conversaciones a veces se interrumpen en cuanto aparecemos. Como el niño gordo de una fiesta de cumpleaños, nos comemos más pastel del que nos corresponde.
Los peligros de hablar demasiado
Todos cotilleamos a veces. De vez en cuando, nos sobreexcitamos y acaparamos el flujo de la conversación. La mayoría de las veces conseguimos evitar que nuestra cháchara se descontrole. Sin embargo, todos hemos tenido casos en los que abrir la boca ha tenido consecuencias de gran alcance:
- Hablar demasiado puede destruir nuestras amistades
- Hablar demasiado puede causar conflictos en nuestra vida familiar
- Hablar demasiado puede hacer que los cotrabajadores desconfíen de nosotros
- Hablar demasiado puede impedirnos avanzar en el trabajo
- Hablar demasiado puede hacer que nos despidan
Uno de mis más recientes clientes de coaching es un joven talentoso y atractivo. Terminó la universidad muy por delante de sus compañeros y está manteniendo un buen trabajo en una gran empresa. Ha identificado un reto importante en el que le gustaría trabajar: a veces habla demasiado. Me inspira la sabiduría y la valentía de este joven. Ha reconocido lo que la mayoría no hace: que las palabras que salen de nuestra boca deben estar siempre bajo nuestro pleno control. Juntos trabajaremos con estrategias que le ayuden a desarrollar altos niveles de disciplina en su discurso. Esto le situará aún más en el camino hacia el éxito en su carrera y en la vida.
Aquí hay 10 pasos que todos podemos dar para ayudarnos a tomar el control de la palabra no vigilada:
Asumir la responsabilidad
Independientemente de si eres un hablador ocasional o un fanfarrón a tiempo completo, reconocer que hay margen de mejora y que tienes el poder de cambiar es el primer paso para tener éxito en cualquier objetivo personal. En su brillante libro «La guerra del arte», Steven Pressfield escribe: «Nunca hubo un momento, y nunca lo habrá, en el que no tengamos el poder de alterar nuestro destino.» Todos los malos hábitos pueden romperse.
Mantén un registro de transgresiones
Benjamin Franklin construyó su fuerte carácter registrando cada día sus progresos en las tareas de desarrollo personal. Fue famoso por mantener un cuaderno especial para este propósito incluso hasta la vejez. Llevar un registro del número de veces al día en las que se nos escapa la palabra puede ayudarnos a medir la gravedad de nuestro exceso de conversación. Para ser más consciente de cuándo hay que cerrar la boca, anote lo siguiente en un cuaderno diariamente durante al menos una semana:
a) Cada vez que ofrezcas críticas u opiniones hirientes sobre otras personas
b) Cada vez que dejes escapar detalles confidenciales o poco favorecedores sobre un amigo, familiar o colega
c) Cada vez que sueltes información personal inapropiada o secretos
d) Cada vez que divagues en una conversación dando detalles no solicitados
Conviértete en un buen oyente
Escuchar es un trabajo duro. Para convertirnos en buenos oyentes, debemos desarrollar un interés genuino en otras personas. Uno de los adagios del exitoso libro de Stephen Covey ‘Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva’ es «Hábito 5: Busca primero entender, luego ser entendido». Busque oportunidades para hacer a las personas preguntas abiertas sobre sí mismas. Cuando respondan, en lugar de buscar la primera oportunidad para saltar y relatar una experiencia similar, pídales que se explayen. Descubrirá que los demás disfrutan mucho más hablando con usted cuando les da la oportunidad de hablar de sí mismos.
Sea sensible a las señales
Una conversación debe ser un intercambio continuo. Como en un juego de tenis, si alguien decide acaparar «la pelota» en lugar de volear, el juego habrá terminado. Por lo general, la gente nos avisa cuando estamos acaparando la pelota; sólo tenemos que prestar atención a las señales. Sus ojos se desviarán, juguetearán y parecerán distraídos. Responden a nuestro zumbido con algunas sonrisas educadas, asentimientos y «ok», mientras piensan en formas inteligentes de escapar. Aprenda a percibir el desinterés de los demás y a entablar una conversación con ellos o a ser el que la termine.
Practique la regla de la frase única
Practique a responder a cualquier pregunta con una sola frase reflexiva. Esto requerirá cierto esfuerzo. Componga su respuesta cuidadosamente antes de hablar, en lugar de pensar en voz alta y divagar. A continuación, haz una pausa y espera una respuesta. Si tu interlocutor está interesado en lo que tienes que decir, profundizará y hará preguntas. Si no lo hace, es un indicio de que no debes seguir hablando. El objetivo es que el 30%-40% del tiempo de conversación sea tuyo.
Calma
Para algunos de nosotros, hablar demasiado es un mecanismo de defensa, una señal de que nos sentimos nerviosos, tensos o incómodos. Una buena manera de frenar nuestros acelerados relojes internos es dedicar unos momentos a la meditación cada día. Siéntate o túmbate tranquilamente con los ojos cerrados y una media sonrisa en la cara. Concéntrate en tu respiración. Siente todos los ritmos de tu cuerpo al inhalar y exhalar. Hazlo al despertarte y varias veces al día durante diez respiraciones. Trabaja para dedicar hasta 30 minutos diarios a sintonizar tu mente con tu respiración. Empezarás a sentir una mayor sensación de control y calma en todo lo que hagas.
Abraza la soledad
A veces, cuando hablamos demasiado, estamos actuando-trabajando duro para presentar la mejor versión de nosotros mismos. Nos sentimos incómodos estando solos, y puede que nos encontremos anhelando constantemente una audiencia. La quietud requiere disciplina. Dedica entre 30 minutos y una hora al día a la práctica de una actividad tranquila que requiera concentración. Lee un libro o escucha un audiolibro. Estas actividades silenciosas le ayudarán a ejercitar su mente sin comprometer simultáneamente su boca.
Trabaje hasta sudar
Hablar demasiado puede ser el resultado de tener un exceso de energía nerviosa. El ejercicio vigoroso es una gran manera de deshacernos del deseo de seguir hablando. Cuando cansamos nuestro cuerpo, nuestro cerebro también se calma. Incluso las personas que hablan demasiado como resultado del TDAH se benefician de una reducción significativa de los síntomas como resultado del ejercicio regular.
Construir la mística
La gente está más interesada en aquellos que tienen un poco de misterio sobre ellos. No es necesario soltar todos los detalles de lo que ocurre en nuestra vida todo el tiempo. Habla en general. Cuanto menos digamos, más interesantes seremos para nuestros amigos, compañeros de trabajo e incluso amantes. Guárdate algunas cosas para ti, y permite que los demás descubran más sobre ti con el tiempo.
Comprométete con la superación personal
A veces, hablamos en exceso como resultado de la inseguridad. Con los jefes, compañeros y desconocidos, abusamos de la conversación es un intento de mejorar nuestra imagen. Presumimos de nuestros logros y aderezamos nuestras conversaciones con nombres y detalles que nos ayudan a parecer más exitosos, y nuestra vida más glamurosa. Esta inseguridad también puede hacer que juzguemos a los demás. Sin darnos cuenta, criticamos a la gente y difundimos chismes poco favorecedores como forma de reforzar nuestra imagen personal. Cuando nos disciplinamos para invertir más tiempo en trabajar para ser mejores, tenemos menos necesidad de cubrir nuestras insuficiencias tratando de convencer a los demás de lo grandes que ya somos.