Algunos nombres de lugares suenan en la imaginación del viajero, y el Kalahari es uno de ellos, trayendo a la mente un vasto, árido y misterioso desierto. Y así es, ya que abarca partes de Sudáfrica, Namibia y la mayor parte de Botsuana, con la excepción del exuberante delta del Okavango, donde el río del mismo nombre, que corre hacia el sur, frustrado en su impulso acuático por encontrar una salida al mar, se filtra en el Kalahari. Como ha escrito el fotógrafo Frans Lanting, «la propia existencia en medio del Kalahari es poco menos que milagrosa… como un sueño». (Es un milagro del que nos deleitamos en los safaris de Micato al Okavango, cuando experimentamos el desierto y el Delta a pocos pasos el uno del otro.)
Los 350.000 kilómetros cuadrados del Kalahari -que son bastante más que 6 estados de Nueva York- abarcan desde el tradicional desierto arenoso hasta montañas a veces cubiertas de rocío (la montaña Brandenburg de Namibia alcanza unos respetables 8.442 pies), aunque la mayor parte del Kalahari se compone de arenas La mayor parte del Kalahari se compone de una sabana arenosa y casi siempre árida, salpicada de acacias y hierbas resistentes, que alberga grandes poblaciones de mamíferos y aves y, desde hace unos setenta siglos, al pueblo San, cazadores-recolectores antes llamados bosquimanos, cuya historia, y la del Kalahari, se relata de forma esclarecedora en el maravilloso libro del Dr. James Suzman. James Suzman en su magnífico libro Affluence Without Abundance.