Al principio del ministerio de Jesucristo, éste viajó desde Galilea hasta el río Jordán. Juan el Bautista estaba allí predicando y bautizando a la gente. Jesús se dirigió a Juan y le pidió que lo bautizara. Juan no quiso hacerlo, porque pensaba que Jesús debía bautizarlo. Le preguntó a Jesús por qué necesitaba ser bautizado. El Salvador le explicó que necesitaba ser bautizado para ser obediente a los mandamientos del Padre Celestial.
«Y Juan bajó al agua y lo bautizó.
«Y Jesús, después de ser bautizado, subió enseguida del agua; y Juan vio, y he aquí que se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y se posaba sobre Jesús.
«Y he aquí que oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Escuchadle». (JST, Matt. 3:44-46, página 802, edición SUD de la Biblia King James.)
Jesucristo dio el ejemplo para que nos bauticemos. Nos dijo: «El que no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5). Cuando nos bautizamos, hacemos un pacto, o promesa, al Padre Celestial de:
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«entrar en el redil de Dios»
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«ser llamados su pueblo»
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«estar dispuestos a llevar las cargas de los demás»
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«consolar a los que están en necesidad de consuelo»
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«estar como testigos de Dios en todo tiempo y en todo y en todo lugar»
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«servidle y guardad sus mandamientos.» (Véase Mosíah 18:8-10.)
Cada domingo en la iglesia, cuando tomamos el sacramento, debemos recordar la expiación de Jesucristo, así como las promesas que hicimos a nuestro Padre Celestial cuando nos bautizamos.
Colorea las figuras de franela, luego móntalas en papel grueso. Recórtalas y utilízalas para volver a contar la historia «El bautismo de Jesucristo.»