Sistema nervioso periférico
El sistema nervioso periférico está formado por gruesos haces de axones, llamados nervios, que llevan mensajes de ida y vuelta entre el SNC y los músculos, órganos y sentidos de la periferia del cuerpo (es decir, todo lo que está fuera del SNC). El SNP tiene dos subdivisiones principales: el sistema nervioso somático y el sistema nervioso autónomo.
El sistema nervioso somático está asociado a las actividades tradicionalmente consideradas como conscientes o voluntarias. Está implicado en la transmisión de información sensorial y motora hacia y desde el SNC; por lo tanto, está formado por neuronas motoras y neuronas sensoriales. Las neuronas motoras, que llevan las instrucciones del SNC a los músculos, son fibras eferentes (eferente significa «que se aleja»). Las neuronas sensoriales, que llevan la información sensorial al SNC, son fibras aferentes (aferente significa «que se acerca»). Cada nervio es básicamente una supercarretera de doble sentido, que contiene miles de axones, tanto eferentes como aferentes.
El sistema nervioso autónomo controla nuestros órganos y glándulas internas y generalmente se considera que está fuera del ámbito del control voluntario. Puede subdividirse en las divisiones simpática y parasimpática. El sistema nervioso simpático participa en la preparación del cuerpo para las actividades relacionadas con el estrés; el sistema nervioso parasimpático se asocia con el retorno del cuerpo a las operaciones rutinarias del día a día. Los dos sistemas tienen funciones complementarias y operan en tándem para mantener la homeostasis del cuerpo. La homeostasis es un estado de equilibrio en el que las condiciones biológicas (como la temperatura corporal) se mantienen en niveles óptimos.
Las divisiones simpática y parasimpática del sistema nervioso autónomo tienen efectos opuestos en varios sistemas.
El sistema nervioso simpático se activa cuando nos enfrentamos a situaciones estresantes o de gran excitación. La actividad de este sistema era adaptativa para nuestros ancestros, aumentando sus posibilidades de supervivencia. Imaginemos, por ejemplo, que uno de nuestros primeros ancestros, saliendo a cazar caza menor, molesta de repente a una gran osa con sus cachorros. En ese momento, su cuerpo experimenta una serie de cambios -en función directa de la activación simpática- que le preparan para enfrentarse a la amenaza. Sus pupilas se dilatan, su ritmo cardíaco y su presión sanguínea aumentan, su vejiga se relaja, su hígado libera glucosa y la adrenalina llega a su torrente sanguíneo. Esta constelación de cambios fisiológicos, conocida como respuesta de lucha o huida, permite al cuerpo acceder a las reservas de energía y a una mayor capacidad sensorial para poder luchar contra una amenaza o huir hacia un lugar seguro.
Aunque está claro que esa respuesta sería fundamental para la supervivencia de nuestros antepasados, que vivían en un mundo lleno de amenazas físicas reales, muchas de las situaciones de gran excitación a las que nos enfrentamos en el mundo moderno son de naturaleza más psicológica. Por ejemplo, piensa en cómo te sientes cuando tienes que ponerte de pie y hacer una presentación delante de una sala llena de gente, o justo antes de hacer un examen importante. En esas situaciones no corre ningún peligro físico real, pero ha evolucionado para responder a cualquier amenaza percibida con la respuesta de lucha o huida. Este tipo de respuesta no es tan adaptable en el mundo moderno; de hecho, sufrimos consecuencias negativas para la salud cuando nos enfrentamos constantemente a amenazas psicológicas contra las que no podemos luchar ni huir. Investigaciones recientes sugieren que el aumento de la susceptibilidad a las enfermedades cardíacas (Chandola, Brunner, & Marmot, 2006) y el deterioro de la función del sistema inmunitario (Glaser & Kiecolt-Glaser, 2005) son algunas de las muchas consecuencias negativas de la exposición persistente y repetida a situaciones estresantes.
Una vez resuelta la amenaza, el sistema nervioso parasimpático toma el control y devuelve las funciones corporales a un estado de relajación. El ritmo cardíaco y la presión arterial de nuestro cazador vuelven a la normalidad, sus pupilas se contraen, recupera el control de su vejiga y el hígado comienza a almacenar glucosa en forma de glucógeno para su uso futuro. Estos procesos están asociados a la activación del sistema nervioso parasimpático.