El pueblo japonés es muy consciente de su pasado histórico. La cultura japonesa se caracteriza por su preferencia por la gracia interior, frente al esplendor exterior. Vamos a sumergirnos en los orígenes y el desarrollo de la antigua civilización y cultura japonesas.
La antigua civilización japonesa
Inicios de la civilización japonesa
El Japón primitivo fue testigo de los asentamientos rurales de arroz, la lealtad a una corte centralista, así como la expansión de Kioto, su antigua capital.
La tierra que conforma el actual archipiélago japonés ha estado habitada desde hace al menos 30.000 años, y posiblemente hasta 200.000 años. Los mares relativamente poco profundos que separan Japón del continente asiático ni siquiera estaban completamente formados cuando los primeros seres humanos se asentaron en la zona. Sin embargo, tras la llegada del hombre, el nivel del mar subió y acabó cubriendo los antiguos puentes de tierra que unían Japón con el continente. Si los japoneses actuales son o no descendientes de estos primeros pobladores sigue siendo una cuestión controvertida. Hasta la década de 1960, los yacimientos arqueológicos del país no habían sido estudiados en profundidad, por lo que aún no ha sido posible conocer el origen de los primeros pobladores. Aun así, es comúnmente aceptada la teoría de que procedían de la región norte del continente asiático, y que estas migraciones se produjeron durante un largo periodo de tiempo.
Periodo Jomon (ca. 10.000 – 300 a.C.)
El primer milenio del Neolítico coincidió con un calentamiento climático global que alcanzó su punto álgido entre los años 8000 y 4000 a.C.. En Japón, esto provocó la subida del nivel del mar que cubrió los últimos puentes terrestres que conectaban la isla con el continente asiático, así como el enriquecimiento de la fauna marina y el crecimiento de nuevos bosques. Este fue el escenario en el que floreció el periodo Jomon en sus primeras etapas. Las primeras piezas de cerámica conocidas en Japón se remontan al 10.000 a.C. y algunos expertos afirman que podrían ser las más antiguas del mundo.
Al principio de este periodo, la población era nómada y cazadora en su mayoría y se ubicaba en regiones costeras. La abundancia de peces, bivalvos y mamíferos marinos en su dieta dio lugar a enormes montículos de conchas de marisco, que son la primera fuente de información arqueológica sobre este pueblo. También cazaban ciervos y jabalíes y disponían de herramientas de corte hechas de piedra, así como de piezas de cerámica acordonada (de hecho, jomon significa «un patrón de cuerda de paja»).
Los asentamientos se trasladaron al interior a mediados del periodo Jomon (ca. 3500 a.C. – 2000 a.C.). En esta época, un descenso del nivel del mar pudo haber diezmado la fauna marina o haber aumentado la confianza en la agricultura como fuente de alimentos; esto parece estar implícito en la abundancia de piedras de moler, jarras de barro con tapa y otros objetos relacionados con el cultivo. Esta etapa intermedia llegó a su fin cuando las cosechas de las regiones del interior no proporcionaron suficientes alimentos.
El período Jomon tardío, que comenzó hacia el año 2000 a.C., está marcado por el resurgimiento de la pesca en la región costera del Pacífico.
Período Yayoi (ca. 300 a.C. – 300 d.C.)
Este período, que recibe el nombre de un yacimiento arqueológico cercano a la Universidad de Tokio, se caracteriza por una marcada transición cultural impulsada por las migraciones procedentes de las regiones de Asia dedicadas al cultivo del arroz.
La inmigración, procedente de Corea y, con toda posibilidad, de Okinawa, se produjo en el norte de Kyushu desde aproximadamente el año 300 a.C. y, en menos de 600 años, las comunidades de cazadores-recolectores de Japón derivaron hacia una sociedad sedentaria basada en el cultivo del arroz. El crecimiento de estos asentamientos autónomos, pero estrechamente relacionados, fue tan rápido en Kyushu, la isla más meridional del archipiélago, y en Honshu occidental, que hacia el año 100 d.C., sólo el norte de Honshu y la isla de Hokkaido quedaron al margen de este nuevo desarrollo.
Periodo Kofun (ca. 300 – 710)
La construcción de grandes tumbas funerarias de tierra y piedra en algunas zonas costeras de Kyushu y a lo largo de toda la costa del Mar Interior marcó el final de la cultura Yayoi. Estas tumbas estaban decoradas con figuras humanas y animales de arcilla hueca, llamados haniwa, así como con maquetas de casas que posiblemente representaban las pertenencias de los líderes fallecidos.
Hubo un rápido desarrollo de las instituciones políticas y sociales. Los distintos núcleos de población se autodenominaban «países» o «reinos» y tenían una jerarquía social característica, sometida a la creciente influencia política de la región de la llanura de Yamato, en la que hoy se encuentran Osaka y Nara. La dinastía imperial, también llamada dinastía Yamato, fue establecida casi con toda seguridad por los clanes familiares más poderosos (uji) que ya se habían formado a finales del periodo Yayoi. El budismo entró en Japón en el siglo VI a través de Corea, y aunque se afirma que la escritura llegó con la religión, es probable que la escritura china haya precedido al budismo en unos 100 o 150 años. En cualquier caso, la escritura permitió a la nobleza acceder a la religión, así como a los clásicos chinos y a las doctrinas de sabios como Confucio. La alfabetización impulsó notables cambios políticos y sociales.
El poder de uno de los clanes, el de los Soga, se acentuó por su control exclusivo sobre el tesoro imperial y las reservas de grano, así como por su papel monopolístico como mecenas de los nuevos conocimientos procedentes del continente.
Su consolidación como poder político se consumó con un nuevo monopolio: sólo las hijas del clan Soga eran elegibles como consortes imperiales. Esto permitió a los miembros de la familia hacerse con los puestos clave de la corte. Las reformas impulsadas con el objetivo de fortalecer el poder central abarcaron aspectos como la estructura social, los sistemas económico y jurídico, la distribución territorial de las provincias, la administración general y la fiscalidad.
Período Nara (710 – 794)
En el lugar donde hoy se encuentra Nara, una emperatriz de principios del siglo VIII construyó una nueva capital, situada en el noroeste de la llanura de Yamato, a la que llamó Heijo-kyo. Los cien años que siguieron a este hito (el periodo Nara) fueron testigos de la completa consolidación del sistema imperial centralista, basado en conceptos chinos (el sistema Ritsuryo), así como del florecimiento del arte y la cultura.
Con la aplicación del sistema Ritsuryo, el gobierno imperial mantenía un estricto control administrativo a través de una poderosa oficina que reclamaba todas las tierras dedicadas al cultivo del arroz como propiedad imperial. Esto conllevaba una fuerte carga impositiva para los agricultores.
Periodo Heian (794 – 1185)
La capital fue reubicada de nuevo en la última década del siglo VIII. La nueva ciudad se construyó siguiendo los patrones urbanos chinos, como era típico, y se le dio el nombre de Heian-kyo. Fue el núcleo en torno al cual se desarrolló la ciudad de Kioto, y su finalización en el año 795 marcó el inicio de los cuatro magníficos siglos del periodo Heian. Kioto fue la capital imperial hasta 1868, cuando la corte se trasladó a la ciudad Edo, que más tarde se llamó Tokio.
El poder del régimen centralista duró varias décadas, pero a finales del siglo IX, el sistema Ritsuryo comenzó a derrumbarse. El sistema burocrático permitió a los aristócratas y a los señores de los templos más importantes acumular grandes propiedades (shoen), mientras que los campesinos, agobiados por los pesados impuestos, huyeron a estas zonas favorables en grandes oleadas.
La corte descuidó las provincias, ya que los administradores regionales estaban más preocupados por el enriquecimiento personal que por restablecer el orden, lo que dio lugar al bandolerismo. Los terratenientes siguieron acumulando poder y acabaron enzarzándose en luchas políticas que pusieron un drástico fin al periodo Heian.
Periodo Kamakura (1185 – 1333)
El vencedor en estas luchas, Minamoto Yoritomo, recibió el título de shogun y estableció su corte en Kamakura, lejos de Kioto y un poco al sur de la zona donde se desarrollaría Edo. Allí construyó su cuartel general y una nueva estructura administrativa con la que esperaba someter a los samuráis a su dominio. Estableció su dominio sobre el país mediante el control de la justicia, la sucesión del trono imperial y el ejército.
Yorimoto persuadió al emperador para que le permitiera nombrar cargos militares provinciales, como los shugo (gobernadores militares) y los jito (administradores), que se encargaban de recaudar impuestos y gestionar las tierras. Ambas clases respondían directamente al shogun, por lo que se creó un sistema de gobierno alejado de la capital basado en la superioridad de la clase militar, así como en el vasallaje y la dependencia. No era un régimen muy diferente a los de la Europa medieval y se puede considerar que el shogunato, o bakufu, era completamente feudal.
En consecuencia, la corte imperial quedó marginada y desatendida; se mantuvo activa pero muy débil. Hasta que el emperador recuperó el poder en 1868, desempeñó un papel ritual y simbólico.
Aunque el periodo Kamakura fue bastante breve, los acontecimientos que tuvieron lugar en él afectaron profundamente al desarrollo del país; los revolucionarios avances en las técnicas agrícolas permitieron un aumento de la producción de alimentos, con el consiguiente crecimiento económico y demográfico. El sedentarismo y el comercio propiciaron la aparición de mercados locales y de un sistema monetario que favoreció nuevos contactos con China en el sector privado. Algunos grandes líderes abrazaron el budismo y pidieron que tanto la clase samurái como el pueblo llano siguieran su ejemplo, con lo que esta religión dejó de ser una fe aristocrática y ganó nuevos adeptos.
Sin embargo, la complejidad del sistema de gobierno civil provocó el colapso del sistema de gobernadores y mayordomos. También hay que destacar el cansancio provocado por la defensa del país ante dos invasiones mongolas en 1274 y 1281, que fueron en parte infructuosas debido a la aparición fortuita de tifones que destruyeron las flotas invasoras.
Período Muromachi (1333 -1568)
El shogun Ashikaga Takauji volvió a hacer de Kioto la capital y provocó que el shogunato eclipsara todo resto de poder político o económico que la corte imperial había conservado. A su vez, Ashikaga, a la manera de la antigua nobleza, se dedicó al mecenazgo cultural y a las relaciones sociales. El periodo Muromachi recibe el nombre de la zona de Kioto donde un posterior shogun de la dinastía Ashikaga (Yoshimitsu) construyó su residencia, que fue cuando el poder del shogunato Ashikaga alcanzó su cenit. Yoshimitsu desempeñó un papel activo en la política de palacio, al tiempo que brillaban sus méritos militares.
En definitiva, el periodo Muromachi introdujo los cambios básicos que asegurarían la estabilidad y el crecimiento económico de la era siguiente: el periodo Edo. La agricultura mejoró, se introdujeron el riego y los nuevos cultivos, aumentó la agricultura comercial, surgieron artesanos cualificados, se expandió la economía monetaria y, lo que es más importante, la mayoría de los pueblos y ciudades crecieron y, con ellos, se desarrollaron nuevas clases sociales mercantiles y serviles.
Tras el asesinato de uno de los shogunes Ashikaga en 1441, comenzó el declive del shogunato. La ruptura de los gobernadores militares de las provincias provocó una década de guerras y disturbios generalizados que erosionaron la autoridad central y resquebrajaron la estructura social; fue el preludio del periodo de los Estados Combatientes (un siglo de luchas que abarcó desde 1467 hasta 1568).
La descentralización que se produjo durante este periodo dio lugar a los daimyo, figuras y señores plenamente feudales que adquirían su rango por derecho de conquista y supremacía militar. No es de extrañar que durante este siglo de guerra, dominado por una ética de expansión militar, los líderes más hábiles y ambiciosos soñaran con unificar el país.
Período Momoyama (1568 – 1600)
En cierto modo, este breve periodo histórico es una especie de artificio historiográfico, ya que en realidad es la culminación natural del periodo Muromachi. Sin embargo, el llamado periodo Momoyama suele iniciarlo en 1573 con el fin del shogunato Ashikaga, así como la invasión de Kioto por Oda Nobunaga (1534 – 1582), el primero de los tres grandes líderes que intentaron reunificar el país. Los otros dos fueron Toyotomi Hideyoshi (1536-1598) y Tokugawa Ieyasu (1542-1616).
Nobunaga conquistó las provincias cercanas a su patria de forma metódica, eliminó a sus rivales con su típica eficacia militar y, a pesar de ser famoso por arrasar los templos de las sectas más beligerantes de los alrededores de Kioto, mostró cierta «debilidad» por la cultura. Consiguió someter a un tercio del país, aunque fue asesinado a traición por un general en 1582.
Hideyoshi, jefe del Estado Mayor de Nobunaga, ejecutó al asesino de su señor y se proclamó su sucesor. Con su gran talento militar y sus dotes políticas, así como su riqueza bastante grande, se propuso audazmente reunificar el país.
Para 1590, casi todos los territorios de Japón estaban directa o indirectamente bajo su autoridad, pero su gobierno adolecía de falta de centralización y estaba disperso en una compleja red de relaciones feudales, lo que significaba que su control del país, que se basaba en efímeros juramentos de lealtad, era, en el mejor de los casos, inestable. Aun así, consiguió imponer importantes reformas, como la que posiblemente sea la más impactante de la historia de Japón: la «caza de la espada», una ley que establecía que sólo los samuráis podían poseer espadas. Incluso hoy en día, la legislación japonesa sobre la posesión de armas, ya sean de cuerpo a cuerpo, de fuego o de otro tipo, es muy estricta. También se introdujo una jerarquía de clases sociales, lo que supuso que en algunas regiones muchos terratenientes tuvieran que enfrentarse a una dura decisión: declararse samurái y someterse así a los rigores de la vida guerrera, o permanecer en las clases civiles y estar a la servidumbre de los samurái.
Hideyoshi intentó invadir Corea en dos ocasiones, en 1592 y 1597, con el objetivo de atacar China posteriormente, pero su muerte en 1598 puso fin a su megalomanía.
Durante estas tres décadas se alcanzaron notables logros culturales, y aunque el país se encontraba en una gran ebullición política, se produjeron magníficos tejidos, pinturas y cerámicas.
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