La España musulmana

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El emirato independiente

La dinastía de los omeyas andaluces (756-1031) marcó el crecimiento y el perfeccionamiento de la civilización árabe en España. Su historia puede dividirse en dos grandes periodos -el del emirato independiente (756-929) y el del califato (929-1031)- y puede interpretarse que gira en torno a tres personajes de igual nombre -ʿAbd al-Raḥmān I (756-788), ʿAbd al-Raḥmān II (822-852), ʿAbd al-Raḥmān III (912-961)- y el todopoderoso ḥājib (ministro principal) Abū ʿĀmir al-Manṣūr (976-1002).

ʿAbd al-Raḥmān I organizó el nuevo estado árabe. Controlando enérgicamente a todos los elementos disidentes, se esforzó por basar su poder en la aristocracia oriental afiliada a su casa y amontonó sobre ella propiedades y riquezas, aunque, no obstante, la trató sin piedad cuando mostró signos de rebeldía. Protegió a las autoridades religiosas que representaban la ortodoxia y, mediante una serie de campañas punitivas, mantuvo a raya a los cristianos de Asturias. En la parte oriental del país se vio afectado por las intrigas de los Abbásidas, y en el norte tuvo que hacer frente a las ambiciones de Carlomagno, que amenazaba el valle del Ebro (Ibruh). Como ya se ha comentado, Carlomagno fracasó; se vio obligado a levantar el sitio de Zaragoza, y en el curso de su retirada los vascos atacaron y destruyeron su retaguardia en Roncesvalles (778), acontecimiento que se celebra en la gran epopeya medieval La Canción de Roldán. Los francos tuvieron que contentarse con ocupar los altos valles de los Pirineos. El avance franco terminó con la toma musulmana de Gerona (Jerunda) en el 785, Barcelona (Barjelūnah) en el 801, y la Cataluña Vieja, que posteriormente fueron recuperadas por los francos y formaron parte de la Marca Hispánica.

ʿAbd al-Raḥmān I, sus sucesores, Hishām I (788-796) y al-Ḥakam I (796-822), se encontraron con graves disidencias internas entre la nobleza árabe. Una rebelión en Toledo fue sofocada salvajemente, y la guerra interna hizo que el emir aumentara el número de mercenarios eslavos y amazigh e impusiera nuevos impuestos para pagarlos.

ʿAbd al-Raḥmān II inauguró una era de regeneración política, administrativa y cultural para la España musulmana, iniciando una fuerte «orientalización» o, más precisamente, una «iraquización.» Los problemas más graves de ʿAbd al-Raḥmān surgieron de sus inquietos vasallos del valle del Ebro, especialmente la familia conversa Banū Qāsī y los mozárabes. Incitados por los jefes extremistas Alvarus y Eulogio (este último canonizado tras su muerte), los mozárabes trataron de reforzar su fe cristiana mediante el aura del martirio y comenzaron a injuriar públicamente al profeta Mahoma, acción castigada con la muerte a partir del año 850, según las fuentes mozárabes. El emir trató de persuadir a los blasfemos para que se retractaran, pero, al fracasar en sus intentos, les impuso la pena de muerte. La «moda» de buscar el martirio fue una reacción del partido conservador mozárabe contra la creciente «arabización» de sus correligionarios. El conflicto terminó en 859-860 y, a pesar del tacto oficial, esta provocación de los cristianos se saldó con la ejecución de 53 personas y fue finalmente desautorizada por las autoridades eclesiásticas.

En política exterior, ʿAbd al-Raḥmān II llevó a cabo una intensa actividad diplomática, intercambiando embajadores con el Imperio bizantino y con el rey franco Carlos II (el Calvo) y manteniendo relaciones amistosas con los soberanos de Tāhart, que prestaron apoyo militar a la España musulmana. Se enfrentó a las incursiones, cada vez más numerosas, de los vikingos (nórdicos), a los que derrotó en las proximidades de Sevilla. Además, estableció defensas permanentes contra los invasores vikingos creando dos bases navales, una frente al Atlántico en Sevilla y otra a orillas del Mediterráneo en Pechina, cerca de Almería.

Sus sucesores Muḥammad I (852-886), al-Mundhir (886-888) y ʿAbd Allāh (888-912) se enfrentaron a un nuevo problema, que amenazaba con acabar con el poder de los omeyas: los muwallads. Cada vez más conscientes de su poder, se rebelaron en el norte de la península, liderados por el poderoso clan Banū Qāsī, y en el sur (879), liderados por ʿUmar ibn Ḥafṣūn. La lucha contra ellos fue larga y trágica; Ibn Ḥafṣūn, bien protegido en Bobastro y en los montes de Málaga, fue el líder del descontento muwallad e incluso mozárabe en el sur de Al-Andalus, pero su derrota en 891 en Poley, cerca de Córdoba, le obligó a retirarse y esconderse en las montañas. ʿAbd Allāh, sin embargo, fue incapaz de someter a los numerosos rebeldes y dejó así un estado débil a su nieto, el gran ʿAbd al-Raḥmān III, que a partir del año 912 pudo restablecer el orden. Sometió todo Al-Andalus, desde Jaén (Jayyān) hasta Zaragoza (Saraqusṭah), desde Mérida (Māridah) hasta Sevilla (Ishbīliyah), y el Levante. Incluso desafió con éxito a Ibn Ḥafṣūn, sobre todo tras el error político de éste de volver al cristianismo de sus antepasados españoles, una medida que provocó la deserción de numerosos muwallads que se consideraban buenos musulmanes. Cuando Ibn Ḥafṣūn murió en 917, sus hijos se vieron obligados a capitular, y en 928 ʿAbd al-Raḥmān III capturó la hasta entonces inexpugnable fortaleza de Bobastro.

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